¡HASTA LA VISTA "PIRO"!
(4-27-11-7:00PM)
Me duele el alma con un dolor lacerante que me llega hasta la médula de los huesos, de escribir tantos panegíricos de hermanos de lucha que han ido muriendo a lo largo de los años. Y lo más doloroso para ellos ha sido el hecho de que hayan muerto en una cama y no combatiendo frente al enemigo con las armas en la mano.
De Orlando Bosch no voy a escribir mucho. Hay muchos otros que hoy lo harán. Yo no tengo el valor de escribir de su vida entregada por entero a una causa, porque no puedo decirle con sinceridad que su pueblo en estos momentos merece su sacrificio.
Solo voy a decirle: ¡Hermano, perdónanos porque no merecías morir así! Porque debimos regalarte en tus últimos días, la alegría de una acción grande que reivindicara tu lucha.
Tu biografía está escrita con los hechos: Desde el Escambray, al exilio, a los ataques aéreos y marinos, hasta la guerra por los caminos del mundo, pasando por la memorable ocasión en que junto a tí, en el Comité que presidías, para lograr la libertad de Felipe Rivero, encarcelado por "los amigos", pusimos a Miami en pie de guerra y la declaramos ciudad muerta y logramos el propósito y Felipe salió para la calle. Aún veo claramente en mi mente la imagen, de cuando estábamos encerrados 24 horas del día en aquella oficinita de la 7 Avenida del N.W. y la policía venía con bandera blanca y sin armas y negociar con nosotros y tú eras nuestro vocero y el alma de aquella jornada. Nunca la dignidad del exilio estuvo más alta que en aquellos días.
Solo me resta agradecer al destino haber participado junto a tí en aquella jornada y luego en otras y pedirte humildemente perdón, porque resistí al deseo de irte a ver al hospital, porque--egoistamente tal vez--quería conservar tu imagen de luchador entero en la mente.
Orlando, si no te podemos regalar antes de dejar la vida terrenal, la libertad de tu patria, no voy a ofender tu memoria con palabras altisonantes y con "¡presentes!" y minutos de silencio, muchas veces huecos, de los que tú te burlabas.
Hoy, solo te prometo una cosa, que, pese a las desilusiones y los fracasos, y a la falta de empuje de un pueblo que parece haber perdido el rumbo y no es ni la sombra del que conocimos, cuando ayudábamos a los que batían el cobre en el Escambray y los campos de Cuba, no voy a dejar que el desaliento me venza y que estaré en la trinchera en que pueda hacerle más daño al enemigo, hasta que me llegue la hora de abandonar la vida. HASTA ENTONCES, PUES.
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